Pablo Ochoa de Olza

Pablo Ochoa de Olza

El graffiti es arte. Que no se entienda, que no guste o que resulte molesto a algunos, no altera su esencia.

 

El graffiti no gusta porque se vincula con “suciedad” como se asociaba el “arte degenerado” con la degradación moral y de las costumbres en la Alemania nazi… las guerras de los ayuntamientos contra este arte son desde ignorancia y pocas luces, hasta pantallas de humo que ocultan problemas más complicados de resolver. Luego viene el ciudadano modelo de turno al que le molestan los garabatos en la farola de su calle pero no ve siquiera al tipo sin hogar tirado en unos cartones junto a esa misma farola. Será que le gusta el mobiliario urbano sin garabatos, sobre cartones mismamente. No molestan los anuncios, ni los cartones en la acera de la gran vía, pero un garabato en la parada del autobús sí. Algo falla cuando el arte se percibe como basura, e identificar lo que no se entiende como indecente, malo o de baja calidad es muy humano, lo incomprensible es que en 58 años ninguna institución “seria”, experto mundial, pinacoteca o gurú hayan identificado el fenómeno del graffiti como lo que es: el mayor, más influyente y más trascendental movimiento artístico del último siglo.